domingo, 11 de diciembre de 2011

Imaginar.

A veces, me gusta cerrar los ojos y pensar en ti. Imaginar tus pupilas brillantes mirándome con desconcierto. Tus dedos fríos, entrelazándose con los míos, anhelando un calor ferviente. Tu voz, entrecortada y temblorosa. Como si estuvieras nervioso por tenerme enfrente. Como si fueras un crío de primaria, que está a punto de recibir una sorpresa inesperada. Veo entusiasmo en tu mirada. Luz en tus ojos. Veo alegría. Amor. Me miras, y me derrito. Te acercas despacio, y dejo de respirar. Por un momento me olvido de que tengo pulmones, y el único oxígeno que tomo es el que sale de tu boca. Ya no estás nervioso, ahora lo estoy yo. Me altero al tenerte tan cerca, a escasos centímetros. Noto el calor de tu aliento rozándome los labios. Caliente. Húmedo. Tu boca irresistible me roza las mejillas entre susurros inaudibles. Mi corazón alborotado por tu causa, espera con ansia el momento clave. Un beso. Tu beso. El momento en el que se para el tiempo. El momento en el que me fundo contigo. El momento en el que te demuestro todo lo que me provocas. Me besas. Tu lengua mojada me llena la boca. Mis labios juegan con los tuyos. Entre jadeos incesantes te correspondo el beso con ternura, y a la vez con pasión. No puedo parar. Besarte es una adicción. Entonces, noto un soplo de aire helado. Has desaparecido. Abro los ojos. No estás. Nunca has estado.

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