jueves, 8 de diciembre de 2011

Traición.

Promesas. Palabras tan frágiles y débiles que se suspenden en el aire con un único fin, caer. Cuando lo hacen, el contacto con el suelo puede llegar a ser ensordecedor. ¡Qué ruido tan espantoso el de la mentira y la traición! Revienta los tímpanos y adormece el alma. Saber que no se cumplirán tus sueños, duele. Casi tanto, como saber que ello depende de alguien que te ha traicionado. Una traición, una puñalada. No hay mucha diferencia. Me dices que me quieres, y es mentira. Me clavas un puñal en el corazón y dejas que me desangre. Es exactamente lo mismo. Una traición, una herida. Dolor. Llanto. Soledad. Todo va unido. No contento con mentirme, te regodeas y metes el dedo en la llaga, en unas heridas visibles sólo ante tus ojos. La heridas que has provocado azotándome con tu hipocresía. Unas heridas todavía frescas. Aún palpitantes. Gotas de odio. Borbotones de venganza. Sangre. Mi interior, mi esencia.. mi todo, está destruído. Me estoy quedando vacía. Me estoy desangrando. Una traición, una cicatriz. Después de haber perdido litros de confianza, el resultado es una tumba viva. Un rincón desangelado en dónde reina el silencio, el vacío, la nada. Un lugar muerto, que jamás volverá a sanar. El dolor ha cesado, pero el lugar todavía anestesiado por tu puñalada, sigue recordándome cada día, tu traición. Una traición, una eternidad. Una cicatriz imborrable. Unas lágrimas infinitas. Una existencia arrasada por tu recuerdo hueco. Una promesa incumplida. Una mentira. Una mujer arruinada, sin alma, sin espíritu, sin fe. Décadas de sufrimiento invisible. Siglos de amargura punzante. Morir en vida. Vivir, estando muerta.

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