Estás en tu cuarto, sola, cansada, asqueada de todo.. y entonces, oyes el teléfono.
-¡Que sea él, que sea él!
El ansia aumenta conforme van pasando los segundos. Segundos que parecen horas.
Horas que se agolpan y hacen que sientas incertidumbre e impaciencia, hasta el instante, en el que oyes tu nombre..
-Es para mí, pero seguro que no es él.
La distancia entre tu cuarto y el teléfono parece inmensa. Es como si nos separara un abismo. Pero lo cruzas, sin miedo a nada, porque albergas la esperanza de que al otro lado, esté la persona a la que amas..
-¿Sí?
Y en ese momento te das cuenta.
Las pupilas se dilatan, el corazón te va a mil por hora, te tiemblan las piernas. Sientes como una ligera brisa acariciando tu pelo y poníendote los vellos de punta. Notas cómo se te acelera la respiración y cómo fluye con fuerza la sangre por tus venas. Podrías jurar que estás escuchando música. Una música celestial. Una voz aterciopelada, que te hace adorar a Dios, por crear alguien tan perfecto.
Su voz.
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